jueves

MARIBEL ZIGA por ITZIAR ZIGA

Itziar Ziga

Cuando mi amatxo murió a principios de 2014 las dos estábamos en paz con nuestros demonios. Siempre la recuerdo riendo, su inmensa alegría le permitió aguantar treinta años de maltrato. Y el machismo que rodeó su vida, claro. Nacer en aquella Iruñea abismada de 1939 marca. Un día, en la recta final, me dijo: ya no necesito pensar que estuve tan enamorada del aita, me da igual. Ella sola y a su ritmo completó su proceso de liberación. Encolerizo cuando alguien ensombrece el recuerdo de su vida. Haber sido víctima de una violencia sistémica no nubla todo lo demás que ella fue.

Mi aita murió en 2004. Lloré amargamente su fracasoIntentó destruir todo aquello que amaba e hizo suyo el machismo circundante que otros hombres de su generación rechazaron. Hacía mucho que no nos tratábamos, nuestro último contacto son sus manos apretando mi garganta. Estuve a punto de desmayarme, él aflojó. No quería matarme pero no soportó que le dijera que nunca iba a olvidar su violencia. Mi amatxo se empeñó en mostrarme su esquela y resbaló golpeándose contra la puerta. Con un río de sangre en la frente nos dijo: ¡la última hostia de vuestro jodido padre! Acabamos las tres en el suelo, borrachas, arrebatadas por una risa incontenible.

Beatriu Massià, la maravillosa terapeuta de Tamaia que me ayudó a desprogramarme emocionalmentedice que la sociedad tiene el deber de ofrecer a las víctimas de violencias sistémicas (tortura policial y maltrato machista) recursos para recuperarse. Y que las víctimas tienen la responsabilidad de recuperarseVíctima es una palabra electrizada pero inevitable. De las poquísimas que generalizan en femenino en castellanoRechazarla a toda costa es caer en la trampa de esa violencia legitimada que trata de marcarnos para siempre con un estigma aberrante. Ya no tengo ningún reparo en denominarme víctima, solo alguien que ha sobrevivido y ganado al enemigo es capaz de hablar como víctima. Estoy muy orgullosa de haber vencido, de ser feliz. Y en mis venas palpita toda la portentosa fuerza de multitudes asaltadas que no escondemos nuestras heridas, porque no hay tirano capaz de desterrarnos de nuestros gloriosos cuerpos.